Yoguini en meditación
Generalmente,
durante los primeros meses de práctica, se medita mal, muy mal; mantener la
espalda recta y las rodillas dobladas no resulta nada fácil y, por si esto
fuera poco, la mente no para de dar vueltas y se suele respirar con cierta
agitación. Sin embargo, hay algo poderoso que impulsa al practicante: la
intuición de que el camino de la interiorización conduce al encuentro con lo
más íntimo de uno mismo.
Durante los primeros meses o el primer año de
meditación diaria suele haber molestias por todo el cuerpo: zona lumbar,
dorsal, cervical, rodillas, empeines…, hasta que te das cuenta de que solo hay
que sentarse para ser consciente del dolor que siempre está ahí. Entonces, a partir
de ese momento, sólo hay que indagar el dolor para que desaparezca o,
simplemente, cambie de lugar.
Justo después de las molestias
físicas, lo que se percibe es la gran inquietud mental que suele desembocar en
un enorme aburrimiento. Intentamos respirar pausadamente, pero la mente es
bombardeada sin cesar por deseos incumplidos, ensoñaciones y miedos recurrentes.
La primera conclusión es que quedarse a solas con uno mismo puede resultar casi
insoportable. Estar atento a las propias distracciones es mucho más complicado
de lo que uno se imagina. Por tanto, al principio es muy fácil claudicar ante
el menor contratiempo o adversidad. Para ello, surgen continuas razones, todas
aparentemente buenas y suficientes: “la postura me va a dañar las rodillas”,
“estoy perdiendo el tiempo, con todo lo que tengo que hacer”, “¿qué he
conseguido realmente tras tanto tiempo dedicado sencillamente a sentarme y
respirar?
Contra todo pronóstico, hay
quienes inexplicablemente perseveran y, con el tiempo, llegan a comprender que
se puede estar sin pensar, sin proyectar, sin imaginar, sin aprovechar, sin
rendir; se puede estar en el mundo, fundiéndose con él. Y entonces, cuanto más
te sientas a meditar, más te quieres sentar y parece que lo más natural es
precisamente la meditación. Ciertamente, al principio todo parece más
importante que meditar, pero llega un momento en que sentarse y no hacer otra
cosa que estar presente con uno mismo, se convierte en lo más importante y satisfactorio de
nuestra vida.
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