viernes, 10 de octubre de 2025

94. Ahiṃsā, la no violencia


André Van Lysebeth en viparītakaraṇīmudrā

Los seguidores del jainismo consideran que ningún grado de ascetismo o práctica de meditación puede conducir a la liberación, a no ser que se acompañe de una cuidadosa observancia de las normas éticas y en especial de ahiṃsā, la no violencia. Esta norma implica no solo no matar a cualquier ser vivo, si no la mera intención de dañar a otro ser.

En la práctica no es posible seguir este precepto de forma absoluta, pues la vida  es un proceso de interrelación entre todos los seres vivos. La vida se nutre de la vida. Una opinión muy generalizada es que, si no hay otra opción, debemos abstenernos de dañar a los seres vivos “más evolucionados”. Así, sería completamente inadmisible dañar a otras personas. En la escala evolutiva seguirían los animales y, dentro de estos, primero los mamíferos y después las aves, los reptiles, los peces y los insectos; más abajo, en la escala de ahiṃsā, estarían las plantas y, dentro de ellas, primero los árboles y después todas las demás, hasta la simple brizna de hierba. Esta es una escala de valores práctica y en absoluto real. Influyen los sentimientos y la visión antropocéntrica, según la cual el hombre es el centro del universo. La realidad es que a veces es más valiosa la vida de un árbol que la de un animal. Y a veces… un animal puede tener más derecho a la vida que una persona. Los jainistas llevan al extremo la norma de ahiṃsā y evitan no dañar en absoluto a ningún ser vivo, sin hacer distinciones ni categorías, siempre que sea posible.

En nuestra sociedad esta forma de proceder no resulta muy práctica y el yogui debe interpretar ahiṃsā de forma puntual, sin caer en los excesos y partiendo de una actitud de humildad en la que cada persona no es en absoluto el centro alrededor del cual gira el universo, sino que ella misma es el universo entero.

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