T. Krishnamacarya con sus dos hijas
mayores, 1940
Uno de los primeros
requisitos para la práctica del yoga clásico es la observación de brahmacarya, la moderación sexual. Los
excesos sexuales son la forma más eficaz de agotar las fuerzas vitales y
desviar al yogui de su camino. El yoga no niega la sexualidad, pero no hay que ser gobernado por
ella. Brahmacarya, el control sensual, supone perseverancia en la
práctica del camino elegido ante las dificultades que puedan presentarse.
Tradicionalmente se ha llegado a identificar brahmacarya
con el celibato puesto que, de acuerdo con su etimología, la palabra hace
referencia a la adopción de la forma de vida del seguidor de Brahma, es decir
del monje hindú errante, el cual mantenía voto de castidad para así alejarse de
la mayor distracción que se pudiese presentar, de forma muy parecida a como lo
entienden los sacerdotes católicos o de otras religiones. Y para argumentar los
beneficios de la castidad se solía recurrir a la conservación de la energía y a
su trasmutación posterior en energía espiritual. Todo esto no resistiría hoy en
día el menor análisis científico-filosófico. Nuestra sociedad ha cambiado
radicalmente de aquella en la que se gestaron tales creencias. Una sexualidad
normal, especialmente si existe relación amorosa, puede ser una ayuda mucho
mayor en el camino del practicante de yoga que una castidad mal contenida.
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