Durante la
meditación las fluctuaciones de la mente no desaparecen. Solo cambia la forma
en que las consideramos. Ciertamente las fluctuaciones no desaparecen en sí y
tampoco desaparecen para el meditador. Seguimos siendo conscientes de que existen porque las percibimos. Y por esta misma razón,
seguimos siendo conscientes de que existimos. Al profundizar en este estado,
llegamos a la evidencia de que las fluctuaciones y nosotros mismos somos uno. O
más bien, que todas las cosas que provocan las fluctuaciones, todos los
pensamientos, sensaciones, emociones, objetos visibles, recuerdos…, en fin,
todo, son uno mismo. Lo que desaparece es la sensación de separatividad. Las
fluctuaciones siguen ahí. Tú sigues ahí. Pero la sensación de fluctuaciones por
un lado y tú por otro desaparece. Ya no se percibe más. Digamos que se
"trasciende" la visión ordinaria de las cosas. De repente... ¡plash!
Y nuevamente (no se sabe bien cuando ni cómo) regresas al estado ordinario. Se
es y no se es. Se es consciente de la separatividad y de la unidad al mismo
tiempo. ¡La gran paradoja!
Y para complicarlo aún más, la expresión
"al mismo tiempo" pierde su sentido, pues se pierde la noción del
tiempo. Este estado puede durar uno o dos minutos en tiempo cronológico, pero
la percepción en tiempo subjetivo puede ser de muy larga duración. O al
revés... La experiencia durante el estado de interiorización profunda (samādhi)
es total y completamente otra; no necesariamente opuesta a la ordinaria. Solo
otra, distinta... y extremadamente placentera!
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