B.K.S. Iyengar en padmāsana,
1964
Durante la
meditación, frecuentemente surgen problemas posturales: dolor en la zona lumbar
o dorsal, hombros rígidos, rostro crispado… pero el mayor problema lo tenemos
cuando adoptamos una posición sentada tradicional: dolores de todo tipo en las piernas. Tradicionalmente, se domina la āsana
cuando podemos permanecer en ella ¡durante tres horas seguidas!; esto, que para
la mayoría de las posturas es casi imposible, en las āsanas de
meditación no resulta tan extraño: cualquier persona que pretenda introducirse
de lleno en la meditación o el prāṇāyāma deberá dominar esta postura, al
menos durante una hora seguida.
Al principio, cuando se llega al límite de
comodidad, se produce el entumecimiento de las piernas, el cual no se nota del
todo hasta que deshacemos la postura; pero si se mantiene más tiempo puede
producir desde picores y temblores hasta dolor intenso. La prueba para
comprobar que no resulta perjudicial es que después de deshacer la postura, la
recuperación es muy rápida y efectiva, sin secuela alguna.
Las mejores posturas para practicar son el
loto o el medio loto utilizándolas con zafu o cojín de meditación, pero no son
imprescindibles. Para meditar sirve perfectamente cualquier otra postura que
mantenga la espalda recta: siddhāsana (un empeine entre la pantorrilla y
el muslo), sukhāsana (simplemente, piernas cruzadas), vajrāsana
(sentado entre los talones); incluso sentado en una silla (mejor en un banco de
meditación o en una silla ergonómica). Ninguna de estas posturas alternativas
tiene porqué desmejorar la calidad de la meditación, siempre que nos permitan
mantener la espalda erguida. El problema es que en mayor o menor grado afectan
a la disposición del resto del cuerpo para mantener la espalda recta con la
quietud necesaria.
En las posturas de piernas cruzadas es muy
importante que las rodillas estén al mismo nivel o más bajas que la
articulación de la cadera. Esto solo se consigue con un loto muy cerrado o, en
otro caso, con un zafu. Si no se hace así, la espalda se resiente, acaba
perdiendo tono y doblándose.
En todo caso, al cabo de cierto tiempo, la
comodidad inicial se va perdiendo y surge un dolor bastante molesto,
especialmente en las rodillas, que se amplifica hasta límites insospechados. No
obstante, es bueno llevar el tiempo de meditación a nuestro límite, es decir, a
experimentar esas sensaciones dolorosas mientras nos sea posible. El dolor
puede llegar a ser muy molesto pero si conseguimos concentrarnos y observarlo
de forma desapegada, convenciéndonos de que ese dolor no somos nosotros, de que
la molestia es fruto de la mente, de que no hay razón objetiva para sentir
dolor (no hemos recibido ningún golpe, ni nos ha surgido una enfermedad
espontáneamente), se puede llegar a transcender la molestia y, aunque continúe
ahí, puede servir para descentrarnos totalmente y entrar de lleno en nuestro
interior. Pero, como en todo, no hay que pasarse desarrollando la fuerza de
voluntad en este tema. Sin dudarlo, antes de que surjan temblores o sudores y
si el dolor nos supera, es mejor deshacer la postura. No hay que sufrir para
meditar. En yoga, y también en el budismo, la vía del medio es la más
aconsejable. Hay que alejarse de los extremos.
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