Vanda Scaravelli en mūlabandhāsana
Las emociones no
deben ser un obstáculo en el camino del yoga. No hay que reprimirlas ni
perseguirlas. Solo hay que encauzarlas con suavidad. Patañjali presenta un
aforismo muy revelador sobre este asunto: "La pacificación de la mente se
logra proyectando amabilidad, compasión, alegría y
ecuanimidad hacia todas las cosas y situaciones, ya sean felices, desgraciadas,
virtuosas o moralmente inaceptables (Yogasūtra I.33)". A través de la
práctica, casi sin querer, el carácter cambia; las emociones siguen afectando
pero se vuelven más distantes. Al final del camino y de forma completamente
natural, se puede lograr un estado de desapego que podría recordarnos la
trascendencia emocional, pero que en ningún caso supone la represión de los
sentimientos.
Un auténtico yogui podría expresarse así:
“Cuando murió mi madre sentí dolor; cuando nació mi hijo sentí alegría; cuando
veo la tragedia de los inmigrantes siento pena y compasión; cuando medito
profundamente, a veces me siento feliz”. Todo esto es normal, natural; la
diferencia está en que estos sentimientos no arraigan en él, no le atrapan.
Cuando siente dolor, lo siente profundamente, pero comprende que no es parte de
él; cuando está contento, la alegría le llena, pero no le sobrepasa; cuando
esta triste y se compadece de otros sabe que, en el fondo, todo es una ilusión;
cuando se siente embriagadoramente feliz, conserva la sensación de ser algo más
allá de la felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario