La concentración es
una técnica que puede conducirnos a la meditación, aunque no necesariamente. En
yoga, la concentración es el enfoque de la atención sobre un determinado
objeto, sea éste la respiración, una sensación corporal concreta o un punto
entre las cejas. Cuando nos concentramos, la atención no se mantiene de forma
continuada y hay que dirigirla una y otra vez hacia el objeto mediante la
fuerza de voluntad. Con la práctica, la atención se vuelve poderosa y la
distracción mental se produce de forma más dilatada, de modo que pueden surgir
pensamientos, ideas y recuerdos en torno al objeto de concentración. En este
estado continúa la voluntad del practicante para no apartarse del objeto de
concentración, aunque de forma más relajada y desarrollando una actitud
pasiva ante las ideas que surgen. Esto se denomina meditación.
Pero también podemos seguir con la atención
centrada en el objeto mientras reprimimos todos los pensamientos una y otra
vez, incluso el relacionado con dicho objeto, continuando así en un estado de
concentración mental cada vez más profundo. Ahora no surge la meditación porque
el practicante no se abre al pensamiento creativo. Entonces, continúa
practicando un simple ejercicio intelectual con objeto de desarrollar la
atención, la memoria u otra capacidad mental. Esta es la concentración
desarrollada por científicos, escritores y artistas, durante el desarrollo de
su actividad. La diferencia con el yoga es que la concentración “intelectual”
está cargada de tensión, mientras que la concentración yóguica se convierte
cada vez más en una actitud relajada.
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