El practicante intenso de haṭhayoga
purifica su sistema nervioso y fortalece el cuerpo a semejante grado que logra
alejarse de sensaciones extremas como el calor y el frío, el dolor y el placer,
e incluso el hambre y la sed, hasta límites insospechados. El experto
practicante de haṭhayoga puede permanecer sin comida o sin agua durante
periodos de tiempo inalcanzables por el ser humano no entrenado.
El haṭhayoga puede
realmente conducir a una persona a la iluminación, pero sus exigencias son
aptas solo para aquéllos que están dispuestos a comprometerse en una severa
disciplina. El verdadero practicante debe vivir aislado de la sociedad
ordinaria y debe emprender prácticas radicales que exigen ayunos y austeridades
potencialmente peligrosas. Su práctica le ocupará la mayor parte del día y la
noche, dejando poco tiempo para otras actividades. El haṭhayoga todavía se practica en su forma auténtica en regiones
remotas de áreas salvajes, y resulta inaccesible al curioso o poco
comprometido.
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