lunes, 11 de noviembre de 2024

20. El liberado en vida


 Swami Chidananda meditando junto al Ganges


Una vez que el yogui alcanza el escalón más elevado del ser, todavía posee algún apego a los frutos de la iluminación. Pero finalmente incluso este apego tiene que cesar. Ahora, su único objetivo es mantener la conciencia en sí misma, inalterable incluso ante las mínimas apetencias mundanas. Esto es lo que se conoce como completo desapego. La recompensa es el “énstasis de la nube de dharma”, es decir, un estado de samādhi permanente que permite al yogui actuar siempre de forma correcta, incluso sin pensar en ello. Este es el estado del liberado en vida.

Cuando una persona alcanza la iluminación, decimos que ha despertado o que se ha liberado. Estos conceptos hacen referencia a la adquisición de un conocimiento especial, extraordinario, que nos conduce de la ignorancia a la sabiduría, de la oscuridad a la luz. Patañjali nos dice que dicho estado es producto del máximo desapego; tanto es así que lo denomina “aislamiento trascendental del observador en sí mismo”. Dicho estado se alcanza a través de la perfección en el samādhi, aunque no necesariamente. La persona liberada está libre por completo de todo temor y es plenamente feliz. No rechaza nada en absoluto, pues para él las cosas están bien tal como son. A él no le condiciona ningún deseo y permanece totalmente aparte de apegos y ataduras. Ha desarrollado también compasión y amor extraordinarios por todas las formas existentes, al comprender que todo está interconectado, desplegando así un altruismo perfecto. Y sobre todo, comprende lo que es él mismo, en su esencia; comprende lo que son las cosas realmente y sabe sin lugar a dudas cuál es su lugar en el juego del universo. Es como si la persona liberada hubiese trascendido las limitaciones ordinarias del conocimiento, como si se hubiese desplazado de su lugar en el mundo a otro con una perspectiva cien mil veces más amplia. Durante la meditación podemos tener destellos de iluminación, incontrolables, diminutos y frágiles, pero tan profundos que pueden marcar hondamente nuestra práctica. Sin embargo, después de todo lo dicho hasta ahora, y aunque podamos estar de acuerdo casi por completo, también debemos comprender que todas estas palabras son nada más que “basura” intelectual. Pues nada de lo que podamos expresar como producto de nuestro intelecto puede describir apropiadamente un estado que trasciende al intelecto mismo. Tendemos a considerar el estado iluminado como algo especial, algo que hay que lograr para superar el miedo y el dolor, pero no tenemos en cuenta que en verdad no hay nada que superar. Solo hay que armonizarse y fluir perfectamente con lo que, de por sí, ya es perfecto. La liberación, entonces, ¡no es nada especial! Es algo inherente a nosotros mismos, pero que nos obstinamos en no reconocer.


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