Para poder meditar
no importa si eres culto o analfabeto, si has viajado por todo el mundo o no
has salido de tu pueblo. No importan las experiencias que hayas tenido, ni si
tienes familia o amigos. Da lo mismo que tengas un buen empleo o que no tengas
ninguno. Es igual que seas hombre o mujer, viejo o joven, estés fuerte o débil.
Lo que llevamos con nosotros no es realmente importante, incluso puede ser un
estorbo. Todo esto son etiquetas de las que hay que desprenderse durante el
viaje hacia nuestro auténtico ser. Lo que importa es uno mismo, nada más. Las
experiencias, la cultura y las relaciones sociales pueden ser de ayuda, pero
muchas veces solo contribuyen a agrandar el propio ego y constituyen el mayor
de los obstáculos.
La sencillez, la humildad y el contento son señales
claras de quien ha profundizado en el camino de la meditación disolviendo su
pequeño yo.
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