samakoṇāsana
En
general, desperdiciamos el tiempo entregándonos a una actividad incesante,
apartándonos de nuestra verdadera identidad. De esta forma, transcurre nuestra
vida en medio de una lucha angustiosa y agresiva, compitiendo, deseando,
poseyendo y conquistando, siempre cargados de preocupaciones. El yoga es todo
lo contrario. El yoga es un estado de quietud que trasciende la visión
ordinaria de las cosas; en última instancia, es lo que se denomina samādhi.
Y el samādhi, que en realidad es la culminación de la meditación, es
también el método más elevado que presenta el yoga para lograr la liberación
final. Practicar yoga, especialmente sus técnicas más sutiles, como la
meditación, es romper completamente con nuestra forma “normal” de actuar. En
estado de yoga, no hay preocupaciones, no se compite, no se desea poseer ni
acumular nada, no hay lucha angustiosa ni afán de triunfo. Es un estado sin
ambiciones materiales, donde no hay aceptación ni rechazo, ni esperanza ni miedo.
Cuando practicamos yoga nos liberamos poco a poco de todos los
condicionamientos, emociones e ideas que nos tienen aprisionados e impiden que
se manifieste nuestra sencillez natural. Todo es cuestión de práctica y
paciencia. Si nos dedicamos al yoga, descubriremos con tiempo y disciplina
nuestra claridad esencial. Disciplinar la mente no significa en modo alguno
dominarla por la fuerza, controlarla o someterla. Disciplinar la mente es ante
todo conocer directa y concretamente cómo funciona. Se trata de un conocimiento
que surge de la experiencia personal en la práctica de la meditación.
Conociendo cómo funciona la mente podremos llegar a ser su dueño. De esta
forma, llegaremos a utilizarla de forma plena y provechosa y entonces, la mente
se volverá como una joya transparente reflejando nuestra verdadera esencia: la
pura observación del universo.
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