miércoles, 21 de agosto de 2024

13. Miedo a la muerte


 B.K.S. Iyengar en baddhakoṇāsana

¿Qué queda del ser humano cuando muere? De acuerdo con el yoga, estamos compuestos de tres cuerpos: causal, sutil y físico. La teoría comúnmente aceptada en el yoga tradicional es que, al morir, el cuerpo físico desaparece y los elementos sutiles permanecen para reencarnarse posteriormente, mientras el individuo no alcance la liberación en vida; el cuerpo causal permanece invariable, pues esa es su naturaleza. En el budismo se admite la reencarnación de forma muy similar al yoga, con la salvedad de que para los budistas no hay un observador aparte de lo observado que transmigre de un cuerpo a otro. Según el budismo, podríamos decir que existen dos entidades: lo que transmigra y lo que realmente constituye la verdadera naturaleza o esencia, esto es, lo que llaman “la naturaleza de buda” o “el rostro original”, lo cual coincide con el término sánscrito “vaciedad”, o “condición de vacío”, es decir, ausencia de cualquier cosa conocida o que pueda conocerse desde nuestra actual situación de ignorancia. En realidad, la naturaleza de buda es lo mismo que el ātman o el puruṣa del yoga. Es decir, es la "meta" del ser humano, darse cuenta, despertar a "lo que realmente es y que le hace formar parte del Uno, del Todo”.

En mi opinión, el budismo y el yoga, tanto el clásico, como el más afín a las enseñanzas tántricas o al vedānta, comparten en último término doctrinas muy similares. ¿Entonces, por qué no somos capaces de dejar a un lado toda indagación metafísica y "sentarnos simplemente a meditar"? ¿Por qué nos preocupa tanto lo que pueda haber o no después de la muerte? En el fondo, creo que lo que tenemos es un profundo miedo. La individualidad sigue su proceso y en el plano psicológico da origen al deseo, al rechazo y, finalmente, al miedo en general y, sobre todo, al miedo más irracional de todos: al miedo a lo desconocido, a la muerte.

viernes, 2 de agosto de 2024

12. Dhāraṇā-Dhyāna-Samādhi

 



Monje budista en meditación

Una vez abstraído del exterior, con el cuerpo inmóvil, la respiración controlada y la mente vuelta hacia dentro, el yogui prosigue su práctica de forma natural eludiendo los procesos mentales con objeto de fijar su mente en un punto concreto (dhāraṇā). 

Con la práctica, la concentración se transforma inconscientemente en meditación (dhyāna), al prolongar la atención sobre el objeto. Ahora, el objeto se mantiene en la mente y llena todo el espacio de la conciencia. Todas las ideas que aparecen giran alrededor del objeto de concentración y se acompañan de una cierta disposición emotiva de “serenidad”, “paz” o “calma”. No hay pérdida de lucidez, sino que más bien, el sentido de alerta parece intensificarse. 

La interiorización completa o samādhi surge mientras tiene lugar la meditación y de forma totalmente espontánea, en el momento en que desaparece todo indicio de separatividad entre la conciencia y el objeto de concentración. Es la experiencia de completa fusión entre sujeto y objeto, entre “lo-que-observa” y “lo-que-es-observado”.


98. El arte de meditar